El proceso de gestación y crianza de una nueva vida me
resulta un tema apasionante desde el punto de vista antropológico e incluso filosófico,
ya que plantea una de las mayores contradicciones de la especie humana. Por un
lado tenemos el hecho de que tener un hijo, siempre que este sea buscado de
forma consciente y en condiciones normales, es uno de los actos más egoístas
que podemos hacer. Tener un hijo casi como una propiedad a la espera de que
físicamente se parezca a nosotros es sin duda un acto egoísta y mucho más en
los tiempos que corren, siendo conscientes del terrible problema de sobre
población que acecha a nuestro planeta, así como los millones de niños pobres
que no cuentan con padres, que pululan sueltos por el mundo, que no se me mal
interprete, no juzgo a nadie que en su pleno derecho desee tener un hijo, desde
luego no es lo más conveniente para el planeta, pero quizás no lo sea que
existamos ninguno de nosotros y no pido a nadie que se suicide por ello, además
que el proceso en el caso de la madre de engendrar un hijo y pasar por el
embarazo es una experiencia vital imposible de prohibir a cualquier mujer, todo
ello no quita que el acto de traer un hijo al mundo pase por una motivación
puramente egoísta, pero por otro lado, y aquí se plantea la maravillosa
contradicción, una vez parido el retoño, el instinto realiza el proceso inverso
y hace florecer en los padres y madres un sentimiento altruista, difícil de
igualar, para con su hijo.
El mundo de los hombres se construye de contradicciones,
algunas hermosas otra no tanto, esta sin duda es una de mis favoritas.