jueves, 25 de agosto de 2016

El arte


La vida no es en blanco y negro, buenos y malos, feo y bonito, etc. Eso es solo una simplificación para entendernos, promovida por múltiples intereses, haciéndonos ver la cosas a través de un filtro falso que no nos deja disfrutar de delicados y sutiles placeres que nos aporta estar vivos, como por ejemplo: El amor desgarrado, la melancolía dulce, el estupor del caos, el asombro de lo impredecible, la delicada belleza primitiva del sufrimiento (obviamente no de todo el sufrimiento), en fin, la vida en estado puro.


jueves, 18 de agosto de 2016

Monólogo.

 
Hoy me encontré el texto del último monólogo que hice (como pasa el tiempo) y se me ocurrió compartir algunas partes del mismo, quizás a alguien tiene curiosidad por leerlo:
“¡Manos arriba, esto es un atraco! A quién pretendo engañar, no sirvo para ladrón me da mucha pena, y tengo unas penas muy largas. Un día empecé a penar y llegó un momento en que no recordaba por qué lloraba y eso me dio más pena aun y seguí llorando. De pena en pena ha trascurrido mi vida y así he terminado medio cambado, es decir empenado, ya ves cosas del carácter, y es que a decir de la verdad, mi vida nunca fue fácil; ya de pequeño me tiraban cosas, monedas especialmente y esto no resultaría un problema si no tuviera un carácter magnético, sí, siempre mi carácter, eso ha sido mi perdición, ya en el instituto las mujeres se veían atrapadas por el influjo y reflujo de mi magnetismo, cosa que me ganó más de un detractor y tractor además de alguna dificultad en el habla, debido a la falta de algún diente, producido por la irrefrenable necesidad de espachurrar sus bolsos contra mi juvenil rostro, éstos, claro, siempre contenían algún contundente objeto metálico, lo cual me consolaba un poco, haciéndome pensar que se debía a mi carácter, que como ya he comentado era magnético y no a mi tosco arte del cortejo, noble arte por cierto que nunca dominé del todo, bueno salvo aquella vez, pero no viene a cuento ahora reseñar aquel dulce acontecimiento.
Mejor centrémonos en los avatares e infortunios acontecidos a lo largo y ancho de mi vida, más a lo largo que a lo ancho desde luego, ya que toda mi familia siempre ha sido de contextura esbelta, por no decir delgada, tanto es así que mi abuelo Wenceslao que se ganaba la vida como ginecólogo, no tenía ningún problema en describirle a las mujeres embarazadas como eran sus hijos en una época en que no existían las ecografías, de hecho alguna vez al introducir su cabeza en el útero, mantuvo largas conversaciones con los bebés, al menos eso contó siempre, cosa que yo nunca creí, a todas luces era imposible, ¿quién iba a mantener una conversación de más de 3 minutos con mi abuelo que tenía una conversación, más aburrida que una batidora?. Esta mal que yo critique a la familia, pero Wenceslao era un tipo que a pesar de su extremada delgadez caía pesado, muy pesado, nunca supe si esta suerte de contradicción era una cualidad o un infortunio, me daba la impresión de que era una losa enorme que llevaba sobre sus espaldas y cuyo peso termino por aplastarlo, de hecho la utilizaron como lápida y escribieron sobre ella: aquí yace Wenceslao Pérez, un hombre ligeramente muerto por su propio peso. Todo aquello me afligió y llenó de congoja durante un corto periodo de tiempo, pues solo fue un leve recuerdo.
A mi familia siempre le perdió el carácter, menudo no era mi tío Epifanio, desde luego que no, un día recuerdo que contó un cuento mío, que leí en un libro de un tal Eric Von Mitrich , oriundo de las profundidades de la selva negra, muy oriundo, sea lo que sea que eso signifique. El texto en cuestión rezaba así: (En ese momento interrumpe Sergio, haciendo de espontáneo que desea contar una anécdota, sube y la cuenta. Yo quedo aturdido me siento y abro el periódico)

Si no puedo ganarme la vida como ladrón, ¿Qué haré para vivir? Una vez oí decir que alguien se ganaba la vida contando historias, por supuesto no hice caso y lo tomé como habladurías banales de la gente ¡Contando historias!, qué tontería, cualquiera cree que le van a pagar a alguien por contar historias, eso es absurdo. Aunque una vez conté una y a la gente le gustó, pero supongo que mis amigos invisibles no cuentan como gente. Igualmente voy a probar a contarla a ver si gusta:
El circo ha llegado a la ciudad…

Fin de la primera parte.