Ahora que está por comenzar una nueva edición de Pekín
express, no puedo evitar recordar lo que pensé antes de que empezara la primera
edición: Parece una idea interesante, un programa de aventura y viajes a
lugares exóticos, me va a gustar, claro que llegué a esa conclusión motivado
por la esperanza y la inocencia, dejando de lado la lógica y la experiencia, era obvio que
nada sería como lo imaginé y sí como era previsible que fuera, es decir un
reality en toda regla, en donde se busca parejas conflictivas, llamativas (por
no decir algo más fuerte) y todo tipo de gente que pudiera dar juego por sus
salidas de tono, peleas y conflictos emocionales, bueno, pensé, quizás el
programa valga la pena a pesar del casting, una vez más me equivoqué, ya que lo
peor no eran los personajes en sí que participan en el concurso, sino la forma
en que el programa se desarrolla sin poner freno al trato grosero e
irrespetuoso que los concursantes tienen en muchos momentos, para con los
pobladores de tan lejanas y exóticas tierras, la organización no sólo no pena
este tipo de actitudes si no que las potencia con el formato mismo del
concurso, en donde todo está pensado para que sea una guerra sin cuartel, en
una carrera desquiciada por alcanzar la meta de cada etapa, y aunque la organización intente darle un tinte
de interés por la cultura del país en donde se desarrolla el programa,
incluyendo tópicos de la cultura local a las pruebas que realizan los
concursantes, la verdad es que es solo una cuestión estética que no evita que
se me revuelvan las entrañas al ver como tratan a gente de países más pobres
que España, que en muchos casos con buena fe les intentan ayudar en sus
periplos, realmente penoso, encima este año (2016) el programa se desarrolla en
Sri Lanka, país donde estuve recientemente y de donde traje un grato recuerdo
del trato con su gente, un pueblo amable y generoso. De más está decir que
desde la ya citada primera edición de Pekín express, no lo he vuelto a ver
nunca más.
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