El neoliberalismo, la derecha para entendernos, aboga por la privatización de servicios públicos, con la excusa de producir ganancias, o para mejorar su rendimiento, pues bien veamos, si un responsable político dice públicamente que va a subrogar a favor de una empresa privada para mejorar el servicio que recibe el ciudadano, lo que está diciendo es que es un incompetente y que no es capaz de ejercer de forma satisfactoria el puesto para el cual ha sido elegido, este hecho en el mundo real tiene fácil solución y es dimitir. Imaginemos que el director de Danone dice públicamente que no está calificado para desarrollar las funciones que merita su puesto, y que por lo tanto va a subrogar la producción a Kalise. Sería ridículo y los dueños de la fábrica lo despedirían inmediatamente sustituyéndolo por una persona mejor preparada. En el otro supuesto, el político de turno alega que la privatización logrará mejorar las ganancias de dichas empresas, la realidad es que carece de toda lógica que una empresa pública al pasar a ser privada produzca más ganancias, pues aunque los números parezcan demostrarlo, los ciudadanos son los perjudicados con servicios más costosos y menos preocupados por el ciudadano y si por las ganancias privadas, no olvidemos que el servicio público tiene que ver con necesidades de primer orden, y donde la única ganancia debe ser siempre el ciudadano y su calidad de vida, con lo cual por mucho que una empresa privada gane dinero y una parte le toque a la hacienda pública, el resultado es siempre negativo. Entonces, por qué los políticos son capaces de admitir públicamente que son incompetentes, con el desprestigio que eso conlleva, eso sí siempre sin dimitir, o por qué hablan de ganancias en servicios que todos sabemos o al menos deberíamos saber, que las ganancias económicas no es lo que se busca, imaginen que pasaría con los hospitales, bibliotecas, escuelas, centros de mayores, y un largo etc. Si el baremo fuera que produjeran ganancias económicas, pues la respuesta es simple y obvia y se llama dinero, en forma de puerta giratoria, comisiones, o contratos adjudicados a empresas propias. Porque por mucho que se empeñen en repetirlo, un país no es una empresa ni debe funcionar como tal.
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